MI MADRE COME CALCETINESDedicado a M.M
La descubrí el otro día, mientras vaciaba el canasto de la ropa sucia en la lavadora.
Mi padre lo sabia desde mucho antes y nos lo advirtió un día y ese día nos reímos tanto de él que casi me salieron calugas en la panza.
Ahora lo entiendo a el y lo entiendo todo.
Mi madre me dice llorando que no se podía aguantar la tentación, que le gustaba comer calcetines, ella no los cocinaba, los deshilachaba una a una cada hebra y se las echaba a la boca, masticándola cada vez con mas facilidad.
Ella lloraba mientras me contaba todo eso y yo no podía aguantar la risa, ella me contaba el secreto mejor guardado en toda su vida y yo que no me podía aguantar la risa, si esto lo supiera mi padre, nos reiríamos tanto juntos, como de el aquel día.
Ella me contaba, sentada en una silla puesta en la cocina para tomar desayuno en la mañana, que desde niña comía calcetines.
Prefería los de colegio, porque eran azules y gruesos, pero ahora que ya nadie estaba en el colegio se conformaba con los de hilo de mi padre o con los grandes deportivos míos.
Le gustaba el algodón entre sus dientes, le gustaba sentir el color dulzor del verde o el amargo cáliz del amarillo, no prefería marcas, solo distinguía colores.
Los colorantes de los calcetines eran su debilidad, no podía negarlo ni tampoco guardar el secreto mucho tiempo.
Ella lloraba y yo me tenía mis sentimientos tan encontrados, mi madre reconocía su afición por los calcetines, llorando y yo de pie junto a ella a punto de explotar de la risa.
Al fin solo atine a abrasarla, a dejar que se consolara a su manera, aún lloraba con ese hipo que suelen tener los niños, se calmó cuando le serví una taza de té.
Quedamos en que compraríamos calcetines especialmente para ella, los elegiríamos, escogeriamops los que traen 100% algodón y ojalá con muchos colores, y quedamos en que no comería más de dos pares a la semana.
Por su salud.
Me acarició y me pidió perdón por tantos pares de calcetines perdidos en este tiempo, en todo este tiempo. Le dije que ya no importaban y le pregunté por mis calcetines chilotes que una vez traje de un mochileo, me confesó que también se los había comido.
Sonreí y sonreímos juntos y cuando mi padre llegó se sentó junto a nosotros, sirviéndose el también una taza de té, contándonos como le fue en el trabajo.
Nos reímos todos hasta tarde en la noche, hasta muy tarde y había que ir a dormir.
Me despedí de mi madre con un gesto de complicidad. Éramos ahora un poco más que una madre y un hijo, nos unía una gran cantidad de calcetines.
Mientras me acostaba me pregunté donde estaría mi chaleco verde que mi hermana tomó por la mañana.
Me dormí tranquilo, mi madre lo encontraría mañana, ella siempre sabe donde están las cosas, incluso los calcetines perdidos.
(Cuento reeditado antes que empiece marzo y sus clases y sus latas, como para terminar gratamente un verano igual de grato, esta vez el cuento va dedicado)